La alta joyería de Chanel es un viaje en primera a Venecia

Particular cuaderno de bitácora, la última entrega de alta joyería de Chanel, Escale à Venise, reanuda los pasos de Gabrielle en la ciudad flotante. Nunca un diamante (o en este caso, un centenar) navegó tan bien la línea entre historia y leyenda.

Chanel Alta Joyería
Chanel Alta Joyería / Chanel

Chanel sabía cómo crear imágenes de si misma lo suficientemente poderosas para lograr la inmortalidad. Hacer que lo atemporal exista en lo inmediato, permitir que lo pasajero sea perpetuamente resucitado: ese es secreto profundo del estilo Chanel”, escribía Karl Lagerfeld en el prólogo del tomo que el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York le dedicó a la couturier extraordinaire del siglo XX. La modista que sacó el negro del luto, le puso asa al bolso para liberar las manos de las mujeres y sentenció aquello de que la moda cambia pero el estilo perdura es una fuente inagotable de aforismos y creaciones que vuelven una y otra vez a las filas de una Maison que –al contrario que muchas de la firmas cuya identidad se ha diluido en el quehacer de diseñadores interinos que van y vienen cada vez más rápido– lleva la impronta de su progenitora grabada hasta el tuétano: de la doble C a la innegociable paleta bicolor y el tweed, presente hasta en el verano más tórrido. Pero es de la vida de Gabrielle de donde más bebe y se emborracha su legado.

El biombo de Coromandel que compró en una tienda china y casi se desmaya al ver en un claro caso del síndrome de Stendhal. Sus paseos a caballo en la finca de su amigo –y hay quien supone amante– Étienne Balsan, vestida con chaquetas de tweed y pantalones. Los veranos en La Pausa, cuyas ventanas se agrupadas de cinco en cinco porque cinco eran las piedras en el camino que llevaba a la capilla donde iba a rezar de niña en la abadía de Aubazine. Hasta la infancia en el orfanato cisterciense que ella misma quiso ignorar volvía a revivir para dar forma a la costura de primavera-verano 2020.

Todo en el universo Chanel está atado, de una u otra manera, a Coco. Y la joyería no es menos. Su primera (y única) incursión en las altas esferas de este oficio la orquestó en 1932 con una colección, Bijoux des Diamants, creada por encargo de la Asociación Internacional del Diamante para reanimar un mercado hundido tras el crack del 29, y eso abrió la puerta a un universo de posibilidades que han ido desde una referencia a la jaula que decoraba la mesa del salón en su apartamento de rue Cambon –convertida en un reloj de oro, madreperla y piedras preciosas– a su signo zodiacal –materializado en leones que han pasado por todos los estados: de un brazalete de oro a un broche rugiente con la melena bañada en gemas–. Hasta el afecto que la modista le profesaba al cinco ha sido la percha, junto con el centenario del perfume bautizado con el susodicho numeral que hacía compañía a Marilyn Monroe en la cama, para la creación de un collar con un diamante central de 55,55 quilates con el que la enseña acaba de iluminarnos. “Todo se alinea con Gabrielle, como un rayo de sol que irradia cada rincón”, dice Patrice Leguéreau, director del estudio creativo de alta joyería de Chanel desde 2009.

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El firmamento sobre el que se erige el león alado en la fachada de la Basílica de San Marcos se transporta al collar Constellation Astrale con una nébula de estrellas –la central con un zafiro amarillo que roza los cinco quilates– que tintinea sobre un mosaico de lapislázuli que se cortó ya montado.

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El episodio biográfico que ha servido de pretexto a la última colección del joyero para la Maison se centra en Venecia. Era 1920 cuando, tras la muerte del gran amor de Coco, Boy Capel, en un accidente de coche, el pintor José María Sert invitó a la diseñadora a la ciudad flotante para que recuperase las ganas de vivir –y de paso, la inspiración–. Allí, entre el canto de los gondoleros y la arquitectura bizantina, «la Serenísima permitió a Gabrielle volver a la vida», cuenta Leguéreau. Cuaderno de bocetos en mano, el joyero viajó a Italia para ver con sus ojos la ciudad que resucitó a la diseñadora. La premisa de aportar un enfoque propio en lugar de leer la historia como espectador tenía su razón de ser. «En 2018, cuando empezamos a plantear esta temática, decidimos que quería- mos mostrar la Venecia del siglo XXI. Fui a perderme, a sentir la energía de ese lugar único. Volví con dibujos coloristas, instantáneas de la vida cotidiana veneciana que me inspiraron para crear los gouaches para esta nueva historia. Diría que Escale à Venise es la visión contemporánea que Chanel habría tenido de la ciudad que descubrió en 1920».

La diferencia aquí –y la ventaja, por lo que se desprende del discurso de Leguéreau– es que su equipo no tiene un archivo centenario que corte las alas a la imaginación. «Tenemos total libertad creativa para interpretar el estilo de Gabrielle, y ese es nuestro fuerte en Chanel». Lo que se traduce en una presencia menos literal y más tácita de la figura de la modista: está en el fondo, no tanto en la forma. «Esta colección retrata la Venecia de hoy. Es un paseo por los canales, entre calles flanqueadas por palacios secretos, donde el alma de la ciudad reside. La historia, la arquitectura y la artesanía descubren elementos de su día a día. Los palines a los que se amarran los barcos, la silueta de los gondole- ros, el gelati que venden por la calle... Quería que Venecia se reconociese al momento, que la asociación fuese inmediata. Gabrielle solo aparece implícitamente», señala Leguéreau.

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Inspirado en los palines de la ciudad flotante, el collar Volute Venitienne combina oro, diamantes, lapislázuli y perlas cultivadas.

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Imposible para su artífice elegir una única pieza que explique la colección. «Todas, las 70, beben de y relatan una parte de la historia de Venecia que hemos mezclado con los iconos de Chanel. Ambos universos conectan con fuerza». Ponga- mos el collar Éblouissante, donde la disposición geométrica del rosa y el blanco del oro y los diamantes se inspiran en las fachadas de los palacetes y remite al acolchado que tanto gustaba a Mademoiselle. O los ornamentos florales en algunos collares, camelias incluidas, reminiscencia de los espejos venecianos que colgaban en su apartamento. También las rayas en blanco, rojo y azul –dibujadas con lapislázuli, espinelas y diamantes–, influencia tanto de los palines que salpican los canales como de la marinière que Coco sacó del agua en otro alarde de su reconocido talento para saltarse las reglas. Y el león –su alter ego zodiacal y protector de Venecia desde su columna en la plaza de San Marcos– que custodia el diamante de corte pera de 15.55 quilates en el anillo Lion Secret.

No han reparado en gastos. Amén de una proeza técnica –en el set Constellation Astrale, por ejemplo, el laspilázuli se cortó directamente en las piezas–, cada diseño es una epopeya material. «Tres de ellos tienen, cada uno, más de 20 quilates de piedra central, todas diamantes clasificados FL/IF». Es decir, de altísima pureza, en el argot joyero. «Las gemas tienen la extraor- dinaria cualidad de destacar». Pero ni siquiera el zafiro de Madagascar de más de 30 quilates que engastaron en un anillo responde a un mero alarde de poderío gemológico. En Chanel, siempre hay una historia detrás. «La riqueza y abundancia de la piedras enlaza con la Venecia bizantina, ese oriente sofisticado que tanto inspiró a Gabrielle. Esta colección era mi manera de traducirlo en algo contemporáneo. Incluso el diseño más complejo debería hacer que una mujer desee ponérselo de inmediato». Se oyen los ecos de Chanel. «Mi joyería repre- senta ante todo una idea: quiero cubrir a las mujeres de constelaciones», decía Mademoiselle.

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De las florituras de los espejos venecianos del apartamento de Coco, y de su inclinación por las camelias, surge el anillo Camelia Baroque. Al lado, con un zafiro azul de más de 30 quilates flanqueado por dos leones cuajados de diamantes, el segundo anillo Lion Secret reúne a Chanel y Venecia a través del felino, zodiaco de Coco y símbolo de la ciudad. 

/ Chanel

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