Por qué vivimos obsesionadas con Elizabeth Jennings, de 'The Americans'

Arranca la última temporada de 'The americans' y analizamos las claves de su personaje más complejo... y fascinante. 

Elizabeth Jennings, de 'The Americans'

Elizabeth Jennings, la espía (con alma) que surgió del frío.

/ Fox Life

Nos lo hemos pasado bomba con 'The americans'. Ese matrimonio de conveniencia entre espías soviéticos en la América de Reagan, que se enamora de verdad entre asesinatos a sangre fría y largas noches de vigilancia. Esos bigotones de camuflaje. Esa banda sonora ochentera. Esa paranoia nuclear mezclada con partidas de PacMan. Pero, ¡ay!, todo lo bueno se acaba y la sexta y última temporada de la serie acaba de empezar (en España la emite Fox Life, en versión dual a partir del 15 de abril).

Y, sí, hay mucho que queremos saber: si Paige seguirá la senda de sus padres; si Stan Beeman, el atribulado agente del FBI, se caerá del guindo y averiguará quiénes son en realidad sus cordiales vecinos. Y, sobre todo, cómo se las apañan Phil y Elizabeth para llevar dobles y triples identidades, informar a sus jefes, transcribir incontables cintas de vigilancia, pasarse por la agencia de viajes que les sirve de trabajo-tapadera y, aun así sacar del horno una lasaña casera cada noche.

Pero, más que ninguna otra cosa, queremos saber qué será de Elizabeth. Desde el principio de ‘The americans’, el personaje encarnado por Keri Russell ha sido el más complejo del reparto: comunista hasta el tuétano forjada en la Unión Soviética de la posguerra mundial, es capaz de todo por la causa: extorsionar, torturar, asesinar, descuartizar cadáveres y hasta calzarse unas pelucas que harían llorar al equipo completo de ‘Maestros de la costura’.

Su carácter implacable nos ha hecho mirarla con reproche en múltiples ocasiones: cuando dice "sí" a convertir a su hija en espía de nueva generación (el más sentimental, más capitalista, más… ¡más humano, hombre ya! Phil se niega); cuando encuentra a esa "traidora" a la causa que lleva 50 años viviendo en Estados Unidos con nombre falso, solo para descubrir que es una víctima más de la brutalidad ajena… y a pesar de todo la mata a sangre fría; cuando le dan a elegir entre la vida de una idealista espía novata y un agente psicópata, pero útil, y es que no parpadea ni para quedar bien, la tía.

Pero Elizabeth no es un témpano. Uno no elige para el papel a Keri Russell, la candorosa 'Felicity' de los grandes jerséis confortables, si no quiere que en el fondo de sus ojos lata la llama del amor y la duda: estas alturas, no entendemos cómo no le han dado un Emmy por los océanos de conflicto interior que es capaz de transmitir con un rictus de mandíbula.

A lo largo de cinco temporadas, la hemos visto mirar a sus niños pensando: "Un añito de gulag os daba yo" y también relatar a su hija, con gran dificultad, aquella vez que la violaron durante el entrenamiento del KGB. La hemos visto asesinar y llorar después por sus víctimas. Hemos visto su implacable armadura derretirse al reunirse (“¡Mamushka!”) con su madre moribunda, o cuando la misión que le han encomendado la obliga a seducir al marido de la mujer que se ha convertido en su mejor amiga (lo hace igualmente, pero desde el conflicto, que da más puntos).

Y, sobre todo, hemos visto su humanidad cuando le dice a Phil, su falso marido convertido en alma gemela, que debería dejar la profesión, poniendo la felicidad de él por encima de su propia ideología, sus intereses, su seguridad personal y su cordura. Después de eso, lloramos y pensamos: "Elizabeth, asesina si eso te hace feliz, que te queremos igual". Pero claro, no le hace feliz. A estas alturas, nada lo hace.

Y en la nueva temporada, la cosa se le pone aún más cuesta arriba. Estamos en 1987, con un Gorbachov ocupado en descafeinar el comunismo para hacerlo apto para todos los públicos, y Elizabeth ha perdido a Phil, que ha decidido, efectivamente, reinventarse como el agente de viajes que ha fingido ser durante 25 años. Para fría, la guerra que están librando ahora los Jennings de puertas para adentro, queridas. Elizabeth se concentra en entrenar a su hija, esa niña que un día se convirtió al cristianismo y que ahora es la mesías de una causa que agoniza; pero Paige no es una compañera, como lo fue su marido, sino una aprendiz, y una a la que quiere proteger a toda costa. Así que es Elizabeth quien carga con todo el peso: la responsabilidad, las misiones, las decisiones imposibles, los secretos, la duda… y, por supuesto, con todas las muertes.

Una imagen de 'The Americans'

Paige y Elizabeth, de 'The Americans'.

/ Fox

Nuestra espía perfecta está al borde del colapso y, como espectadores, no sabemos si sufriremos más viéndola avanzar en solitario mientras el comunismo y su familia se desmoronan a su alrededor… o sabiendo que, en la última temporada de la serie, esos guionistas hijos de la madre Rusia pueden hacerle cualquier cosa antes del fundido en negro final.

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