Claire Foy y otras actrices que se transformaron radicalmente para sus papeles

¡Isabel II de Inglaterra es una hacker! Expliquémonos: la actriz que la interpreta en ‘The Crown’, Claire Foy, se pasa de las tiaras de brillantes al look gótico y estrena en otoño ‘Millenium: lo que no te mata te hace más fuerte’. No es la primera en pasarse al lado oscuro de la transformación física.

Claire Foy, en el papel de Lisbeth Salander.

Claire Foy, caracterizada para su papel de Lisbeth Salander en la cuarta entrega de la saga Millennium: 'Lo que no te mata te hace más fuerte'.

/ D. R.

De todo se harta una, chicas: incluso de salir en pantalla hecha una preciosura y con un vestuario de ensueño. Al menos, eso es lo que deducimos del hecho de que Claire Foy, protagonista de la serie ‘The Crown’, haya aprovechado el descanso entre la segunda y la tercera temporada para irse al otro extremo de la caracterización interpretativa y meterse en la piel de Lisbeth Salander, la hacker gótica y traumatizada de la saga ‘Millenium’.

La actriz británica es la tercera Lisbeth de la pantalla grande (tras Noomi Rapace y Rooney Mara) y aparece irreconocible en el tráiler de ‘Lo que no te mata te hace más fuerte’ (estreno, el 26 de octubre): envuelta en cuero negro de los pies a la cabeza, maquillada de negro y con su arregladita melena británica convertida en un corte a la tijera de podar y teñida (¿apuestas?) de negro.

Pero Claire es solo la última de las actrices que se han cansado de que su capital erótico brille más que el interpretativo y han decidido reivindicarse como intérpretes de talento… aunque para eso tengan que transformar, deformar u ocultar sus cuerpos serranos. La clave: mantener a raya las fantasías eróticas de sus espectadores y despertar todas las demás. Te presentamos a seis bellezas irreconocibles en sus papeles más extremos.

Charlize Theron en ‘Monster’ (2003)

La bellísima sudafricana leyó que Aileen Wuornos, niña abandonada y víctima de abusos sexuales convertida en prostituta y asesina en serie, odiaba ferozmente su cuerpo. Y decidió que, para interpretarla en ‘Monster’ tenía que sentirse igual. Engordó 14 kilos a base de comida basura (luego repetiría hazaña para ‘Tully’), se afeitó las cejas, usó prótesis dentales y se aplicó maquillaje “afeador”. Quería que los críticos empezaran a quererla por su cerebro y no por su cuerpo y la estrategia funcionó a la perfección: ganó un merecido Oscar que, suponemos, empeñó para pagarse el endocrino.

Renée Zellweger en ‘El diario de Bridget Jones’ (2001)

Sí, ya lo sabemos: la gran transformación de Renée fue ese quirófano en el que la dejaron tan irreconocible que sospechamos que nos dieron cambiazo por otra actriz. Pero, antes de eso, hubo una época en la que los directores de casting la consideraron demasiado delgada, demasiado perfecta y demasiado americana para meterse en las míticas bragas gigantes de Bridget Jones. Zellweger les demostró de lo que era capaz, ganando unos kilos, abandonando sus cuidados capilares y amarujándose en general. Prueba conseguida.

Natalie Portman en ‘Cisne negro’ (2010)

Una no se pone alegremente en la piel de una bailarina obsesiva, anoréxica y con problemas mentales, y mucho menos cuando dirige el intensísimo Darren Aronofsky. Para este papel, Portman perdió diez kilos con una dieta a base de zanahorias y almendras, ensayó ocho horas al día y siguió bailando cuando se dislocó una costilla en el proceso. Según sus propias palabras, hubo noches en las que creyó literalmente que iba a morir. El Oscar que ganó, seguramente, la consoló un poquito.

Hilary Swank en 'Million Dollar Baby' (2004)

Hilary no se anda con chiquitas. Los productores le pidieron que ganara cuatro kilos de músculo para esta película y, tres meses después, ella se plantó en el set con diez: lo logró a base de un plan de entrenamiento de seis horas diarias y con un régimen que la obligaba a comer cada 90 minutos. Dice que, para esta transformación, tuvo que atravesar muchas barreras mentales (y si hubiera tenido que atravesar algunas físicas, con tanto bíceps, también lo habría hecho). Pero el esfuerzo mereció la pena: este papel de boxeadora dispuesta a todo, dirigida dentro y fuera de la pantalla por Clint Eastwood, le granjeó su segundo Oscar.

Gywneth Paltrow en ‘Amor ciego’ (2001)

Llevaba una carrera primorosa y mayormente vestida de limpio (‘Shakespeare in love’, ‘Emma’, ‘El talento de Mr. Ripley’) cuando decidió que era hora de desconcertar a su público. Y se embutió en un “traje de gorda” para esta comedia en la que un Jack Black víctima de la hipnosis la ve como una diosa sensual y no como la mujer con obesidad mórbida que es en realidad. Sí, chicas, antes de dedicarse a recomendarnos baños de vapor vaginales, limpiezas de colon y picaduras de abeja, Gwyneth era capaz de reírse de sí misma. Y en aquella época nos reíamos con ella.

A Tilda le gusta la variedad, como sabe cualquiera que esté un poco al tanto de su vida amorosa; y, desde el principio de su carrera, estamos acostumbradas a verla cambiar radicalmente de apariencia. Repasemos: los cambios de género y época de ‘Orlando’ (1992), el look vampírico y etéreo de ‘Solo los amantes sobreviven’ (2013), la implacable y dentona Ministra Mason de ‘Rompenieves’ (2013), la vieja dama adinerada de ‘El gran hotel Budapest’ (2014) o la sensei calva de ‘Doctor Strange’ (2016). Si tenemos que elegir la más sorprendente, sin embargo, nos quedamos con la directiva frívola de ‘Y de repente tú’ (2015), tan discreta y normalita ella que nos resultó totalmente irreconocible como… bueno, como Tilda Swinton.

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