Alejandro Sanz: "Soy mejor padre que hijo"

Como si de la fórmula de un refresco se tratara, Alejandro Sanz ha mantenido en secreto durante meses su nuevo trabajo, “Sirope”, a la venta el 4 de mayo. Ya triunfa con su primer single y como coach de “La Voz”.

Alejandro Sanz
Alejandro Sanz / Rubén Martín

¿Dónde ha quedado la mala fama de las estrellas de la música? Me dan ganas de hacer alguna tropelía para mantener el mito.» Alejandro bromea sobre la inmerecida fama que arrastran algunos que, como él, han llegado a lo más alto. En las distancias cortas, él es todo menos un divo. Informal en su atuendo, pero puntual y cumplidor en lo profesional, resalta su simpatía y calidez con un acento andaluz que solo lleva en el ADN (sus padres eran gaditanos): él nació en el barrio madrileño de Moratalaz.

Habla con entusiasmo de su último trabajo, “Sirope”, pero también de su descubrimiento de la Ribera Sacra (ha grabado allí el videoclip de su single y ha venido enamorado de este rincón gallego), de sus hijos y, sobre todo, de su madre. Magnífico conversador, pícaro, bromista, Alejandro Sanz no resulta almibarado, como el título de su álbum, que presentará en una gira a partir de septiembre (8 en Madrid, 16 en Barcelona, 26 en Sevilla...) Tras compartir con él unos minutos no queda más remedio que exclamar: «¡Pero que qué chaval más salao!»

Con tu primer single, “Un zombie a la intemperie”, has vuelto a la vida musical como sueles hacerlo, arrasando. ¿Lo esperabas?

Siempre que vas a someter tus nuevas creaciones a la valoración del público te entra un poquito de ansiedad, enseñas algo que has hecho en total intimidad durante mucho tiempo. He trabajado en mi estudio ocho meses, catorce horas diarias, en total soledad; he diseñado baterías, bajos, guitarras, piano y compuesto la música y la letra. Luego he pasado cuatro meses con los músicos. He hecho un trabajo preciosista, cuidando el mínimo detalle… Deseaba que gustara, pero siempre entra vértigo.

¿Cuál es la rutina que sigues a la hora de trabajar?

Trabajo siempre de noche, porque de día es imposible con los niños, los ruidos, los teléfonos… Tengo un estudio al lado de mi habitación y, cuando veo que se apaga el mundo, me enciendo yo. A veces vienen los músicos a trabajar pero, cuando llega la noche, echo a todo el mundo y me quedo grabando yo solo.

Hablando de niños, en este trabajo le dedicas una canción, “Capitán tapón”, a tu hijo Dylan.

Hay quienes me decían que le compusiera una canción a mi hija Alma, que apenas tiene un año, pero me resultaba difícil porque solo duerme y come, ¡le falta un poco de personalidad! Pero a Dylan ya lo conozco y me ha gustado dedicársela. Estoy seguro de que cuando tenga 30 años le encantará, también tengo la certeza de que cuando sea adolescente la odiará. Por esa razón, y para curarme en salud, le he querido hacer cómplice y aparece su voz; cuando proteste le contestaré: «¡Ah, tú quisiste participar!»

Tienes una hija muy pequeña y otra que ya tiene catorce años. ¿Eres un padre diferente ahora de como lo fuiste entonces?

Casi todo es diferente según la edad que tiene uno. El tiempo es inexorable, pero también inteligente, te va dando las armas para suplir lo que te falta. De lo que estoy seguro es que soy mejor padre que hijo, pienso que casi todos lo somos, es ley de vida.

¿Cambió tu relación con tus padres cuando tuviste a tu hija Manuela entre tus brazos?

¡Totalmente! Hubo un tiempo en que era golfo por parte de padre y sincero por parte de madre, ahora soy solo esto último. Mi madre no tenía filtro ninguno, todo lo que se le pasaba por la cabeza me lo soltaba. Antes me irritaba y luego comencé a admirarlo, incluso a imitarlo.

Y a golpe de sinceridad, ¿qué te decía ella acerca de tu música?

Cuando le expliqué que quería ser artista le pareció lo peor, ella quería que yo fuese funcionario, que me sacara unas oposiciones. De alguna forma, la entiendo, porque era hija de la posguerra, una época en la que lo pasaron muy mal. Iba a la peluquería en metro, no consentía ir en taxi porque decía que le parecía muy caro; se llegó a dislocar el hombro porque iba al mercado en autobús y volvía cargada de bolsas. Cuando me compré una finca en Extremadura, me dijo: «¡Qué bien, hijo, así ya no te mueres de hambre!»

Un hombre muy arraigado a tu tierra pero que, un buen día, decidió marcharse a hacer las Américas…

Ahora vivo más tiempo en España, pero nunca me instalo en un único sitio. Soy un poco tuareg, viajo constantemente, cada día más ligero de equipaje. Cuando estoy en Miami echo de menos a mi gente, juntarme con los flamencos, y esa forma magnífica de entender la vida social que tenemos aquí.

Hablando de flamencos, hace ya un año que nos dejó Paco de Lucía…

Le tenía un cariño muy grande, incluso era el padrino de mi hijo Dylan. Cuando murió, estuve tres días encerrado sin querer saber nada de nadie. Tras su muerte descubrí que, en una guitarra que me había regalado, había dejado una dedicatoria: “A mi niño Alejandro”. Su ausencia es muy grande.

Cuando no estás metido en la vorágine de la música, ¿dónde te podemos encontrar?

En la cocina de mi casa, ¡cocino de maravilla! Preparo unas cataplanas portuguesas maravillosas, de pescado. Hago pastas, arroces... En ese espacio me siento como un alquimista.

El 8 de septiembre comenzará en Madrid la gira española de “Sirope”, ¿te preparas de alguna forma especial?

Juego mucho al tenis, me encanta. Hasta he cogido un buen nivel. También corro de vez en cuando. La forma física se nota cuando subes a un escenario. La mente la entreno, ahora menos porque tengo un teleprompter. Y antes de olvidar un concierto siempre me santiguo.

¿Eliges tu vestuario?

Sí, en mi día a día voy informal, pero para aparecer en público elijo Hugo Boss. Además, me he vuelto osado, ya no visto únicamente de negro, ¡me atrevo con el azul oscuro!

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