Miquel Barceló

El más grande crea un espacio eterno. Sus manos han modelado un milagro de cerámica para la capilla del Santísimo de la Catedral de Palma. Inspiración más vital que divina.

Miquel Barceló decora la capilla del Santísimo de la Catedral de Palma.
Miquel Barceló decora la capilla del Santísimo de la Catedral de Palma.

A Miquel Barceló no le importó que la mañana amaneciera gris. Dijo compartir con Cezanne que esta es la luz perfecta para ver la naturaleza. Y naturaleza pura es su intervención en la catedral de Palma de Mallorca: una obra sobrecogedora y genial que él mismo nos presenta. Recién llegado de Mali, está emocionado y deseoso de mostrar el trabajo al que ha dedicado los últimos siete años: «Pocos para su complejidad.»

En Palma se habla de la Semana Barceló , investido al día siguiente doctor honoris causa por la Universitat de Les Illes Balears –con plantada de algarrobo, su árbol favorito, incluida–, y concierto con la fanfara per a Miquel Barceló, compuesta para la ocasión, y que hizo sonreír, y mucho, al artista. La confluencia de ambos actos no era casualidad y tenía su origen en el año 2000, cuando la Universitat le propuso el doctorado honorífico, algo que Barceló vinculó a hacer una obra importante en la isla. Se mencionó una antológica, que no le convenció, y, enseguida, la intervención en la Capilla de Sant Pere, ahora del Santísimo: «Con la Iglesia hemos topado, me decían mis amigos –nos comenta el artista– pero no ha habido nada de eso. La realización de la obra ha sido apasionante.»

Barceló decidió crear una piel de cerámica que se anclara y trepara hasta quince metros por los viejos muros del siglo XIV. Pensó en Miguel Ángel o en Goya y, sí, visitó de nuevo sus frescos. También consultó a Tintoretto, que trató el milagro de los panes y los peces, aunque «este tema es propio de mi mundo personal y, cuando me lo propusieron, lo asumí de manera natural». «Lo que más estudié –apunta– fue lo que habían hecho Gaudí y Jujol en la catedral. No quería que la capilla quedara desligada.» Le preguntamos qué tipo de soledad sintió al enfrentarse a este espacio: «El trabajo del artista es solitario, pero estar en un lugar religioso significó un plus de interés para mí. No fue nunca un problema, sino todo lo contrario.» En el taller del ceramista Vicenzo Santoriello, cerca de Nápoles, reconstruyó la capilla: «Teníamos el mismo volumen e incluso una pequeña maqueta de dos metros para tener conciencia del espacio. Solía meterme dentro para sentir esa auténtica soledad.»

Para los vitrales contó con la colaboración del vidriero Jean-Dominique Fleury, de Toulouse. «La capilla está orientada al Este y recibe una luz intensísima todo el día. Necesitaba una luz fría que permitiera ver sin ser deslumbrado. Hice pruebas con el verde, pero resultaba demasiado estridente; el gris era el que mejor matizaba la luz.» Quiso deliberadamente no tener un proyecto predeterminado. Poder improvisar sobre la marcha: «Con un trazo genérico descubría y experimentaba cada día.»

En el mural se incluyen huellas de manos, algunas de ellas de sus hijos; la esencia del ser humano. Entramos en la capilla con él y nos engulle una gran ola que nos zarandea para luego ofrecernos cientos de seres marinos: «La morfología es de animales que se abren para convertirse en alimento –nos explica–. De peces a pescados… Tiene mucho de Génesis.» Las influencias de Mali y de Mallorca son evidentes: «Allí aprendí a hacer cerámica y en Mallorca he pasado años debajo del agua. La obra está hecha con las manos y a base de millones de puñetazos realizados por detrás. Cada bulto es un puñetazo. La arcilla se abre y aparecen bocas de peces, vientres...» Lo mismo sucede con la recreación de Las bodas de Caná, donde panes y frutos maduran y son alimento. La arcilla se craquela «como la tierra cuando se seca».

En el frontal, Jesucristo resucitado irradia luz. «La figura humana aquí es producto de la evolución de los peces y las frutas. Se puede hacer una lectura casi darwinista o morfológica.» Miquel sufría, atento a que nadie diera sin querer un puntapié a la obra: «Es frágil, por eso hemos dejado arcilla, pigmentos y todos los materiales para que, dentro de cien o doscientos años, tengan todo lo necesario para acometer las restauraciones futuras.» ¿Cómo será esto dentro de doscientos años? «Mis obras no tienen una finalidad efímera, sino perenne. Si un artista quiere que su obra perdure, su obligación es garantizarlo.» Quizá entonces otro artista intervenga en la catedral admirando al clásico Barceló.

La obra en cifras

300 metros cuadrados de superficie.

15 metros de altura.

2.000 kilos de pigmentos para colorear la terracota.

150.000 kg de barro para construir el soporte.

El mobiliario litúrgico de la capilla: altar, silla presidencial, ambón y dos bancadas, diseñado también por Barceló, está realizado en piedra de Binissalem.

Presupuesto de casi cuatro millones de euros.

Se construyeron hornos modulares fabricados especialmente para cocer a 1.050 grados centígrados.

Se midió el espacio con láser aplicando un punto de luz cada 20 centímetros para definir todas las asimetrías.

Genio a pinceladas

A los catorce años era consciente de ser un artista. Se recuerda como un niño indómito al que los pinceles apaciguaban. Se dio a conocer a los diecisiete años con unas cajas llenas de pintura y material de desecho. Inicia sus estudios en la Escuela de Artes Decorativas de Palma, viaja a París –allí conoce el art brut– y se traslada a Barcelona en el 74 para estudiar en la Escuela de Bellas Artes de Sant Jordi.

Amigo de Xavier Mariscal y su grupo underground, se convierte en adalid de los jóvenes salvajes, corriente afín a la transvanguardia italiana, con Francesco Clemente al frente.

En la Documenta de Kassel del 82 es consagrado como una de las mayores revelaciones del arte español de los años ochenta.

Miró, Pollock o Tàpies son algunas de sus referencias, aunque su arrolladora personalidad hace que no siga modas ni tendencias. Tiene un talante creador plenamente único.

Descubre África en el 88, recorre el Níger en una barca que él mismo construye, e instala su taller en Mali, lugar que alterna con París y Artà. Desde entonces, África se ha convertido en una de sus mayores fuentes de inspiración. Tiene su cuartel general en París, donde están escolarizados sus hijos, Marcella y Quim.

En 2003 se le concedió el Premio Príncipe de Asturias. En 2004, el Louvre le dedicó una exposición, convirtiéndose en el primer autor contemporáneo vivo que ha expuesto allí. El Prado prepara una muestra sobre su obra.

Un salvaje maduro

Acaba de cumplir 50 años y su obra detecta la madurez del genio. «Siempre he dicho que la pintura es cosa de viejos; ahora ya no tengo excusas. Se aprende con el tiempo y es algo que queda bien decir cuando tienes 30 años, pero eso ya ha pasado. Picasso o Miró, por ejemplo, pintaron sus cuadros más intensos ya mayores. Espero ahora estar a la altura.»

La cerámica, quizá una búsqueda de mitologías ancestrales, le acerca a esos clásicos. «Se la debo a Mali... Le debo tanto que ojalá pueda devolverle algo de lo que me ha dado…»

La Semana Barceló concluyó con la representación de Paso Doble , junto a Josef Nadj, que se verá en junio en París: «Es una visión light de lo que ha sido esta obra. Siempre lo quise hacer aquí, había pensado representarlo en el altar mayor, como un Auto Sacramental.»

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