Elena Anaya, en primera persona

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¿Qué es para ti una persona bella?

A mí me gusta la gente transparente, las personas capaces de transmitir su verdad de forma directa, con solo verlas. Hay veces que los individuos estamos tan transformados y protegidos por corazas que impedimos que el alma se nos vea a través de la mirada. Por eso me da pánico ver en la televisión o en las revistas cómo la gente modifica su cuerpo sin parar; cómo en países latinoamericanos se regala una operación de pecho cuando las niñas cumplen 18 años... Me da pavor. Yo nunca haría eso, a no ser que tuviera un problema de salud grave. Pero por estética, te aseguro que no entraría jamás a un quirófano.

Sin embargo, no has dudado en teñirte de rubia...

¡Me lo quiero quitar inmediatamente! (Ríe). Me corté el pelo por exigencias del guión de Julio Medem y, mientras me crecía, pensé que podía hacer algún experimento. Así que me lo teñí. Y tengo que confesar algo: me lo he pasado genial siendo rubia (ríe). ¡Me lo he pasado bomba! He visto el mundo desde el otro lado y es realmente divertido.

Se sabe de ti que eres una mujer muy imaginativa, que de pequeña te pasabas el día subida a los árboles y, por tanto, con una gran capacidad de diversión... ¿Sigues pareciéndote a esa niña?

Crecer es genial, pero a veces te convierte en una persona más seria y más aburrida, con más responsabilidades y necesidades que te restan espontaneidad. Pero ahora estoy haciendo un curso de clown y me he dado cuenta de lo fantástico que es saber jugar y pasárselo bien. Hay que sacar la payasa que una lleva dentro para enfrentarse a la vida y no convertirse en una persona gris. Durante toda mi infancia y adolescencia he disfrutado de una imaginación apabullante –de la que hoy todavía pago las consecuencias (ríe)–. Ahora que he crecido, además de imaginar, también me gusta vivir la realidad de cerca, con los cinco sentidos.

Has vivido en un entorno muy propicio para poder desarrollar tu creatividad. Tus padres te han ayudado mucho en eso...

En mi casa estaban todos los motores encendidos para que mis dos hermanos y yo pudiéramos volar en la dirección que eligiéramos. Y así ha sido. De mis padres envidio sus ganas de vivir y su pasión por disfrutar de cada momento. Les tengo que agradecer mucho.

¿Entendieron desde el primer momento que quisieras dedicarte al mundo de la actuación?

Sí, y eso que hasta yo misma creía que era un poco freak decirle a mis padres que quería ser actriz, porque pensaba que era un futuro demasiado incierto. Pero saqué un pequeño hilillo de voz y se lo lancé. Ellos lo recibieron con alegría y optimismo. Yo creo que mi madre, en el fondo, pensaba que era una locura, pero esta vida es de valientes y me dijo que yo debía elegir aquello con lo que fuera a ser más feliz. Porque solo siendo feliz yo podría hacer felices a los demás.

Efectivamente, pareces muy satisfecha con lo que haces, pero... ¿qué te provoca entrar en crisis?

La inestabilidad de este oficio. Nunca sabes cuánto puede durar la espera hasta que te ofrecen un nuevo proyecto. Y a veces, son parones muy largos. En ese tiempo tienes que hacer todo lo posible por reconstruir tu vida y organizarte de nuevo porque es muy duro estar en casa con los brazos cruzados, esperando que suene el teléfono.

Y, ¿qué te hace estar en equilibrio?

No ser ambiciosa. Vivo en una casita pequeña que me encanta y que puedo pagar con una hipoteca muy sencilla. Eso me permite no tener que trabajar como una loca para sobrevivir, lo que me facilita ser honesta con mi público y escoger papeles de los que, de verdad, me enamoro. Y, por otro lado, no tengo la necesidad de convertirme en la persona más famosa del planeta ni de aceptar millones de papeles. No echo en falta más gente de la que ya conozco: desde hace mucho tiempo me rodeo de amigos y familia que me hace sentir bien. Esto, definitivamente, es lo que me mantiene estable.

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