Muere Prince, icono de una generación

Prince nos deja como legado su talento infinito.

Prince en uno de sus conciertos en 1986
Prince en uno de sus conciertos en 1986

Permítanme que hable en primera persona para hablar de Prince. Tendría yo algo menos de 10 años cuando el músico triunfaba en las emisoras de todo el mundo, eran los 80 y aunque él dejaba temblando a los críticos con 'Around the world in a Day' las chicas de clase y yo éramos más de Madonna. No entendía tanto escándalo por un hombrecito que mis ojos de niña veían como algo ajeno a la realidad, vestido de esa manera -nadie iba así en el barrio- y pegando esos gritos agudos y afectados. Ningún chico que yo conociera se atrevería a hacer 'eso' que él hacía. 'Eso' que hacía que tus padres se revolvieran nerviosos en el sofá.

Por eso nosotras preferíamos bailar el 'Like a Virgin', pop domesticado apto para coreografías adolescentes. No fue hasta mucho más tarde, casi rozando la veintena, cuando por casualidad, mientras cambiaba de canal en la tele, vi aquella barbaridad. Contemplar a Prince en concierto fue una revelación para mí. Tocaba -y muy bien- cada uno los instrumentos de su banda, cantaba todos los coros con diferentes voces (a pesar que al principio de su carrera no quería hacerlo porque pensaba que no era lo suyo) y bailaba de una manera que te hacía creer en él. En su música. En todo lo que hiciese. 

A partir de ahí no pude si no amar a Prince Roger Nelson, Prince a secas, 'El Símbolo' o como quiera que quisiera que le llamásemos, su apabullante capacidad creativa no podía abarcarse en un simple nombre. Hasta hace bien poco he seguido -y seguiré- descubriendo y bailando temas suyos. Esa descarga de sexualidad que vibra en cada nota con un simple acorde sólo puede firmarla él.

Inconformista, excéntrico, único y con un genio inabarcable que hacía que los críticos le perdonasen un -cada vez más- complicado carácter.

Nunca habrá nadie como él.

 

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