Copionas de escándalos

Lindsay Lohan, Paris Hilton y Britney Spears no han inventado nada: celebridad y excesos siempre han ido de la mano. Pero en la era digital, en cada una de nosotras se esconde una reportera. Lo sabemos todo de ellas, y a ellas les gusta.

Copionas de escándalos
Copionas de escándalos

Paris Hilton ha salido de la cárcel, pero en el momento en que se publique este texto, es posible que haya vuelto a entrar. Seguramente, Lindsay Lohan habrá hecho un par de visitas más al famoso centro de desintoxicación Promises. Y lo habremos visto todo en directo, perfectamente documentado por decenas de imágenes en todo tipo de revistas, vídeos y blogs.

Sin embargo, los excesos de la Bitch Generation (como se han bautizado cómicamente en Francia las andanzas de esa pandilla compuesta por Paris, Lindsay, Britney, Nicole, las Olsen y compañía) no son nada nuevo. Desde que se inventó el concepto celebrity, hace ya cien años, hemos asistido con más o menos asombro, según los tiempos, a los escándalos protagonizados por figuras (y no pocos aspirantes) del mundo del espectáculo. ¿La diferencia con respecto a las chicas de hoy? No había móviles con cámara de fotos que propagaran la historia a los cuatro vientos y de forma inmediata.

Vive rápido, muere joven

Este año se ha hablado mucho de la muerte –y sobre todo de la herencia– de la starlette Anna Nicole Smith. Con menos de cuarenta años, dejó tras de sí un primer marido a los 16 años, una escandalosa boda con un rico octogenario y un montón de candidatos para la paternidad de su pequeña hija (y heredera, que por eso la reclaman todos).

Cuatro décadas antes de que Anna naciera, despuntaba en Hollywood la actriz Barbara LaMarr. Protagonista de lacrimógenos melodramas y damisela en películas de espadachines, en su vida privada, la estrella «demasiado hermosa», como rezaban los carteles de entonces, llevaba una vida de excesos, muy común en esta ciudad que acababa de descubrir su poder y donde la morfina, el opio y la cocaína corrían por doquier. Sus juergas y sus amantes dejarían a las chicas malas de hoy en pañales.

Niños de Hollywood

Si Dina Lohan y Lynne Spears hubieran visitado una hemeroteca, es muy posible que se lo hubieran pensado dos veces antes de llevar a sus pequeñas Lindsay y Britney (respectivamente) a los castings de la Disney. Y es que parece que los niños prodigio acaban siendo víctimas de una maldición que les lleva a cometer todo tipo de excesos y a cultivar aficiones propias de los mayores. El dinero, la libertad y unos padres más preocupados por los contratos que por la educación suelen ser los ingredientes de un cóctel que pocas veces acaba bien.

Macaulay Culkin (Solo en casa), vio cómo su ascendente carrera se detenía a los catorce años por el divorcio de sus padres. Su custodia (y la de los muchos millones que el pequeño había ganado) fue objeto de una encarnizada lucha entre los progenitores. Y mientras se peleaban, él empezó a hacer travesuras algo más graves que las de sus películas.

Vídeos de primera

Ríos de tinta, o más bien bits, corrieron hace un par de años alrededor del vídeo 1 night in Paris, una cinta doméstica de contenido sexual que mostraba a la Hilton manteniendo relaciones con su novio de aquella época, Rick Salomon. Las películas caseras distribuidas como material pornográfico o la participación de grandes estrellas en filmes picantes en los principios de sus carreras es algo tan antiguo como el cinematógrafo, y fenómenos como YouTube simplemente aceleran y amplían su difusión.

La primera gran rubia de Hollywood, Jean Harlow, Joan Crawford (conocida por su desmedida ambición y sus malas artes para conseguir todo lo que se proponía), Barbara Stanwyck o Jayne Mansfield protagonizaron algunas de esas pícaras películas como primer peldaño a la fama. En la ya extinta era del vídeo supimos de filmes bastante más evidentes protagonizados por Silvester Stallone o Rob Lowe, a quien una cinta con dos menores casi le cuesta la carrera. Ahora se llevan los clips que airean las intimidades de las celebrities en la red: desde la luna de miel de Pamela Anderson y Tommy Lee, a la corta secuencia entre Colin Farrell y la playmate Nicole Narain. Hasta el esnob Kelsey Grammer (Frasier) tuvo que ver cómo una actriz de tres al cuarto vendía sus ejercicios sexuales. ¿Por qué se venden? Porque todo el mundo quiere mirarlos. Nos gusta ver a los famosos sin barreras y al desnudo. Barriendo los pecados Otra de las imágenes que nos ha regalado el último año ha sido el desfile de Naomi Campbell hacia el edificio que debía limpiar como «servicio a la comunidad» para expiar uno de sus sonados telefonazos a la cabeza de sus assistants. Los encontronazos con la ley seguidos de un «no sabe usted con quién está hablando» tampoco son un invento de hoy. Cuentan que el policía que paró el coche de Zsa Zsa Gabor con intención de multarla se llevó un par de bofetadas de la diva, que acabó haciendo labores de voluntariado (es un decir) en un albergue para mujeres.

Este tipo de condenas ejemplares se han puesto tan de moda al otro lado del Atlántico que ya es difícil no encontrar una estrella que no haya estado barriendo o similar. Winona Ryder trabajó 480 horas en un hospital tras ser pillada queriéndose llevar un modelito de Marc Jacobs sin pasar por caja. Le costó volver a rodar. Michelle Rodriguez, estrella de la segunda temporada de Perdidos, pagó un precio más alto: una juerga salvaje en Hawai le costó su papel en la serie. ¿Todo está inventado? Parece que sí.

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