¿Cómo puede tu oficina dañar tu piel?

Tu actividad profesional afecta muy directamente a tu piel. Desde las largas jornadas, el estrés o el cansancio hasta las pantallas, el polvo, la iluminación o la climatización. Tu piel vive gran parte del día en un entorno hostil y así es cómo debes protegerla y cuidarla

Las pantallas y la luz artificial son grandes enemigos de tu piel
Las pantallas y la luz artificial son grandes enemigos de tu piel / Istock

Nos pasamos gran parte de la jornada en el lugar de trabajo y las condiciones de ese entorno no suelen ser favorables para la piel. Los principales factores implicados son la luz visible y la luz azul emitida por dispositivos digitales y fuentes de luz artificial; la climatización, que afecta a la humedad y altera la barrera cutánea, y el estrés, que siempre empeora las dermatosis inflamatorias -como el acné, la rosácea, la psoriasis, la dermatitis seborreica, la alopecia areata, la urticaria o la dermatitis atópica-, retrasa la cicatrización de las heridas y produce una inmunodepresión que favorece la reactivación de infecciones (virus herpes), comenta Inmaculada Canterla directora de Cosmeceutical Center, farmacéutica, especialista en dermocosmética, nutrición y dietética, y medicina antiaging,

¿Cómo es tu ambiente de trabajo?

La exposición continua o prolongada a climatización, ya sea aire acondicionado o calefacción, afecta a la buena salud de la piel. “Esto se debe a que el pH natural cutáneo es ácido, pero cuando se expone a entornos con bajos niveles de humedad, se torna alcalino. Así, se reseca la piel, y una mayor xerosis cutánea por disminución de la humedad relativa disminuye las defensas de la piel al romperse su equilibrio y más personas padecen piel sensible, dermatitis, etc.”, explica la experta en dermofarmacia. Ese aire seco también afecta al bienestar ocular, ya comprometido por las horas frente a las pantallas. Por otro lado, si la calefacción está demasiado alta, las altas temperaturas parece que favorecen que haya más polvo en suspensión, con el consecuente impacto para la piel y los ojos. Del mismo modo, los labios, de piel mucho más fina y menos protegidos, tienden a sufrir las consecuencias de ese ambiente, mostrando tirantez, sequedad y grietas.

Pero si creías que tu piel solo sufre bajo la luz del sol, sentimos decirte que la luz a la que nos exponemos en interiores también tiene consecuencias cutáneas negativas. La luz azul, que se emite dentro del rango de luz visible entre los 450-495 nm, a la que estamos continuamente expuestos sin darnos cuenta favorece la aparición de manchas. Este tipo de luz está por todas partes, en el trabajo y en casa: desde las bombillas hasta pantallas de los dispositivos electrónicos como smartphones, televisores, ordenadores o tabletas. “Exponerse durante horas a la luz azul estimula la activación de los melanocitos, es decir, incrementa la cantidad de melanina en la piel, favoreciendo la hiperpigmentación. Y también estimula la formación de radicales libres, moléculas inestables que dañan la matriz extracelular. Como consecuencia, la piel pierde firmeza y aparecen arrugas. Además, su acción es capaz de alterar la estructura de los fibroblastos, encargados de estimular el colágeno que mantiene la piel firme y luminosa”, explica Canterla quien apunta, además, su demostrado efecto nocivo sobre el sueño. Si los problemas laborales pueden quitarnos el sueño, el uso continuado de los dispositivos electrónicos añade más leña al fuego debido a la sobreexcitación lumínica que recibe el cerebro durante todo el día. Y esa falta de descanso también afecta directamente a la piel produciendo deshidratación y disminución de la síntesis de colágeno, con la consiguiente pérdida de luminosidad y firmeza.

Tampoco el pelo sale indemne de tu entorno profesional. No solo el estrés, la climatización artificial, el polvo y la contaminación del espacio repercuten igualmente en su salud y apariencia.

Las manos, grandes sufridoras

¿Cuándo fue la última vez que limpiaste el teclado del ordenador? ¿Y tu móvil? ¿Estás en continuo contacto con papeles? ¿Intercambias continuamente material de trabajo con tus compañeros? ¿Trabajas en un espacio diáfano o cada vez que te levantas de tu sitio tienes que abrir y cerrar puertas…? Tocamos muchos materiales y superficies, acumulando en las manos todo tipo de bacterias, polvo y contaminantes del entorno. Y ahí no queda la cosa, porque seguro que tiendes a tocarte la cara o los ojos, trasladando esos contaminantes a esas zonas. Tomar conciencia de estos ‘riesgos’ puede llevarnos a lavarnos muy frecuentemente, a veces de forma obsesiva. Pero ese gesto de higiene suele tener una contrapartida. Porque al exceso de lavado (recordemos que el agua seca la piel) se une el uso de jabones más agresivos y secarnos con papel o aire. La consecuencia es una piel reseca. “En algunos casos, este incremento de sequedad conlleva el deterioro de la estructura cutánea y de la función protectora que ejerce en el organismo frente a las agresiones externas”, explica Inmaculada Canterla.

No vamos a aconsejar aquí no lavarse las manos, pero sí hacerlo lo justo y necesario. El jabón de manos además debería ser hidratante y sin efecto desengrasante. Pero seamos realistas, no es lo que nos encontramos habitualmente en los baños de la oficina. Por ello, es imprescindible aplicarse crema de manos después de cada lavado y evitar usar perfume o productos excesivamente perfumados que pueden incrementar la irritación.

¿Sufres SEE?

Hay otro factor ambiental, más difuso y de origen multifactorial, que también puede perjudicarnos. Es lo que se conoce como Síndrome del Edificio Enfermo (SEE), definido por la OMS como “el conjunto de molestias ocasionadas por la mala ventilación, la descompensación térmica, las cargas electromagnéticas y las partículas y vapores de origen químico en suspensión que circulan por el edificio en el que vivimos o trabajamos”. En efecto, corrobora Canterla, los sistemas de ventilación artificial sumados al aparataje de oficina -ordenadores, fotocopiadoras, impresoras, papel, productos de limpieza, uso extensivo de materiales sintéticos (moquetas…)-, sistemas de iluminación fluorescente o contaminantes volátiles del aire interior del edificio pueden generar un conjunto de síntomas inespecíficos pero bien definidos como irritación, escozor, enrojecimiento, lagrimeo o sequedad de mucosas y /o piel, nariz taponada, estornudos, garganta seca, ronquera… Aparecen a las horas de permanecer en el interior de un edificio y mejoran tras alejarse de dicho ambiente.

La clave está, indica Canterla, en realizar unas medidas profilácticas usando productos de tratamiento diurno que contengan entre sus activos ingredientes protectores de la luz visible y mantenernos lo más lejos posible de las fuentes de luz azul, “cuanto más lejos están, más energía pierde la luz antes de llegar a tu rostro”. ¿Su consejo? Utilizar productos con filtros UVA / UVB/ IR y luz visible, con antioxidantes para neutralizar los radicales libres derivados de la exposición a la radiación de la luz azul y blanca de fuentes tales como luces LED y fluorescentes y de las pantallas de los dispositivos electrónicos. “Por ejemplo, yo recomiendo productos que contengan pigmentos de óxido de hierro, que protegen principalmente mediante mecanismos de reflexión de la luz pero que además, debido a su tono anaranjado, son capaces de absorber selectivamente la luz azul y disminuir su efecto dañino”. Asimismo, propone el uso de fórmulas que salvaguarden la función barrera de la piel y la protejan de la contaminación atmosférica y la polución doméstica, pero que también aporten activos esenciales para la matriz extracelular y refuercen la integridad estructural cutánea.  

Además, siempre que notes la piel tirante o irritada rehidrátala: las brumas son productos muy adecuados para tener siempre a mano en la oficina. Utiliza barras de labios que hidraten y traten los labios; y por la noche, no te saltes bajo ningún concepto una minuciosa limpieza facial; despues, aplica una fórmula que ayude a la reparación cutánea.

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